Fragmento de "Viento y Ceniza"




  - Habla, Matador de Osos - dijo ella en voz muy baja, interrumpiendo su canturreo. Tenía un peine de madera en la mano; él sintió sus dientes, redondeados por el uso, que le acariciaban el cuero cabelludo.

  - No puedo recordar vuestras palabras - dijo, buscando cada vocablo en tsalagi. Ella soltó una pequeña risita como respuesta.

  - Las palabras no importan, tampoco la lengua en la que hables - dijo -. Tú sólo habla. Yo entenderé. -

Y entonces él comenzó a hablar entrecortadamente, en gaélico, puesto que era el único idioma que al parecer no le exigía esfuerzo alguno. Entendía que debía hablar de lo que le llenaba el corazón, de modo que empezó por Escocia  y Culloden. Habló de pena, de pérdida, de miedo.

Y mientras hablaba pasó del pasado al futuro, donde vio a aquellos tres espectros cerniéndose sobre él una vez más, frías criaturas que salían de la niebla, mirándolo con sus ojos vacíos.

Había otro entre ellos, Jack Randall, confuso, a ambos lados de él. Esos ojos no estaban vacíos, sino vivos y alerta, en una cara borrosa. ¿Había matado a aquel hombre o no? Si lo había hecho, ¿lo había seguido el espíritu? Y si no, ¿era la idea de una venganza insatisfecha lo que lo acosaba, incitándolo con un recuerdo imperfecto?

Pero al hablar, sintió de alguna manera que se elevaba un poco por encima del cuerpo, y se vio a sí mismo descansando, con los ojos abiertos, clavados en lo alto, su oscuro cabello flameando en un halo alrededor de la cabeza, manchado con la plata de su edad. Y entonces se dio cuenta de que él, simplemente, estaba. En un lugar intermedio, separado. Y completamente solo. En paz.

  - Mi corazón no alberga ningún mal - dijo, oyendo su voz, como de muy lejos -. Este mal no me toca. Puede haber más, pero éste no. Aquí no. Ahora no.

  - Entiendo - susurró la anciana, y continuó peinándolo mientras el humo blanco se elevaba en silencio por el agujero hasta el cielo.


Libro 6 - Viento y Ceniza de Diana Gabaldón




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