Fragmento de "Viento y Ceniza"




  Él la sostuvo, rodeándola con ambos brazos, como si estuviera salvándola de morir ahogada, pero sintió que se hundía de todas formas. Sintió deseos de gritarle que no se marchara, que no lo dejase solo, añorándola, deseando que estuviera curada, temeroso de su vuelo, e inclinó la cabeza, enterrando la cara en su pelo y en su olor.

  Entonces él gritó sin hacer ruido, con los músculos tensos hasta sentir dolor para que el grito no lo sacudiera, para que ella no se despertara y lo viera y lloró al vacío con una respiración irregular, contra la almohada mojada debajo de su cara. Luego se quedó allí, exhausto más allá de la idea de cansancio, demasiado lejos para dormir, incluso para recordar cómo era eso. Su único consuelo era ese peso pequeño y frágil que yacía cálido sobre su corazón, respirando.

  Entonces las manos de ella se levantaron y descansaron sobre él, las lágrimas se enfriaron en su cara, congelándose, ante la blancura de ella, tan limpia como la nieve muda que cubre los restos calcinados y la sangre y exhala un aliento de paz sobre el mundo.



Libro 6 - Viento y Ceniza de Diana Gabaldón


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